PERDIDO EN LA MONTAÑA





Joaquín relata su asombrosa experiencia.

Una agradable mañana de primavera, vísperas de fin de semana, con un grupo de unos diez jóvenes de la iglesia del Tabernáculo de Monterrey emprendimos unas vacaciones hacia las bellas montañas mexicanas.
En ese momento ocupaba el cargo de pastor de jóvenes de la congregación y, como tal, presidía el contingente. Más aún, siendo músico e integrante del equipo de alabanza llevé un preciado tesoro: mi guitarra.

Estando ya en ese sitio maravilloso, de los que quedan grabados para siempre en la retina, salimos de excursión.
Ese primer día, ya caída la tarde, en medio de la caminata por uno de los senderos montañosos, se desató una terrible tormenta, a tal punto que su violencia desgajaba los árboles. La cortina de agua no permitía ni siquiera vernos unos a otros. Cada uno buscó estar a resguardo.
Me metí en un hueco de la montaña pensando que mis compañeros también habían entrado en ese lugar, pero al caminar y llamarlos desesperadamente me di cuenta que no estaban allí.
La extrema preocupación y ansiedad me invadieron e hicieron que levante mi voz al cielo pidiendo a Dios su guía y cuidado.
En un instante tuve una extraña experiencia, como si hubiese sido transportado. No puedo precisar si fue en el cuerpo o en el espíritu. De pronto me encontré en un ambiente cálido y espiritual. Comencé a escuchar voces que se levantaban en alabanzas a Dios, para mi sorpresa no sonaban instrumentos musicales que las acompañaran. Muchas personas entonaban cánticos que desconocía. “¿Quienes son éstos?” me pregunté.

No vi cartel que los identifique o le dé un nombre, no había púlpito o atril desde donde hablara persona alguna y también carecía de un lugar más elevado, tarima o escenario.
Todo era sumamente extraño. No vi equipo de alabanza a quien la gente tenía que seguir, ni personas que se las pudiese reconocer con algún cargo espiritual, ya sea por su vestimenta, actitud o forma de hablar.
En sus rostros brillaba una luz, sin lugar a dudas era la luz de Cristo. Al llegar donde estaban reunidos, fui recibido por todos. Era una verdadera familia. Entonces comencé a dialogar con un joven que estaba a mi lado.

-Soy Joaquín de Monterrey- le dije,
-Mi nombre es Erasto- me respondió de manera afable.

-¿Ustedes quienes son?- le pregunté.

-Somos cristianos, discípulos de Jesús-, - me contestó extrañado.

Mientras conversábamos, había quienes profetizaban en voz alta, lo hacían uno por vez. Empezaban a cantar desde distintos sectores sin necesidad de un director. Participaban niños, jóvenes, adultos y ancianos. Yo estaba acostumbrado a que alguien sea designado con anterioridad para dirigir las canciones y siempre acompañado por músicos ubicados ordenadamente en el templo mientras la congregación seguía al pié de la letra sus indicaciones. Me di cuenta que muchas cosas que yo hacía ellos no las practicaban en absoluto en ese lugar. Así que, entiéndanme, esta experiencia fue de alto impacto para mí.

En un determinado momento un hombre se levantó y llamando a silencio, leyó en pocos minutos un escrito como si fuera una carta, por lo cual mi asombro era cada vez mayor.

Le pregunté a Erasto: - ¿Qué es lo que leen? -

-Es la doctrina de los apóstoles, también la llamamos Didaché, no obstante si un hermano tiene un mensaje de parte de Dios lo comparte con libertad- me respondió.

Yo le dije: - En mi congregación solamente los pastores están capacitados para discursar, y como tal son los encargados de dar el sermón los domingos. También dirigen los cantos hermanos preparados que tienen el ministerio de la música -

Al contarle esto Erasto espectó de manera convincente:  - Nosotros seguimos las instrucciones de los apóstoles del Señor, quienes nos enseñaron a edificarnos mutuamente, a hablar con himnos  y cánticos espirituales, a ejercer los dones y también a estimularnos unos a otros a la fe y a las buenas obras. También recibimos palabras de los profetas y maestros -

Me preguntó - ¿Cómo es que entre ustedes unos pocos son protagonistas y el resto espectadores pasivos siendo que la edificación de los santos es responsabilidad de toda la iglesia, así como nos enseñó nuestro amado Pablo, hermano y apóstol del Señor? Aún más, él mismo aclaró que el miembro que parece más débil es el más necesario -

Sinceramente no tuve respuesta. Ellos vivían el cristianismo de una forma totalmente desconocida para mí. Siempre pensé que todo esto era parte de la historia de la iglesia, y ahora lo veía con mis propios ojos y lo sentía con mi corazón.

Enseguida celebraron un banquete todos juntos. No había en las mesas un lugar especial para los dirigentes. Los mayores jugaban con los niños y otros hablaban con adolescentes. En realidad no pude saber cuando empezó y cuando terminó la reunión. No hubo una oración final ni saludos de despedida.

El ambiente estaba saturado de sencillez y afecto fraternal. Se destilaba alegría y gozo de Dios, fluía una gracia que no cesaba. Fue una experiencia que no puedo describir con palabras.

Erasto me presentó otros hermanos. Recuerdo uno llamado Hermas quien reflejaba la gloria de Dios. Mi entusiasmo por saber más de ellos crecía minuto a minuto.

-¿Cómo son las actividades entre ustedes?- le pregunté.

- Nos encontramos en las casas, sean niños, jóvenes, familias o ancianos. Cada tanto todos venimos a este lugar para estar juntos, orar y ser edificados unos a otros. También salimos de dos en dos a predicar el evangelio del reino de Dios y hacerles bien a las personas así como nos mandó el Señor Jesús - me respondió.

Durante el ágape algunos hermanos de sufrida apariencia contaban como habían sido perseguidos al hablar abiertamente de Jesús. Sus conversaciones estaban enfocadas hacia aquellos que no conocían a Dios y la imperiosa necesidad de predicarles el evangelio. Otros hacían una colecta destinada a los pobres de la comunidad…..

Después de estas cosas me hallé dentro de la montaña y pude encontrar a mis hermanos. La alegría de volver a vernos fue muy grande y al saber que todos estábamos bien dimos gracias a Dios.

De niño mis padres me llevaron a la iglesia donde crecí y aprendí la Palabra de Dios. Sin embargo la experiencia que viví en la montaña marcó mi vida para siempre dándome una nueva visión del reino de Dios, de la iglesia y de los cristianos ¡Ahora mi vida no es igual!

A partir de allí intento cada día con la ayuda de Dios poner en práctica todo lo que ví y oí. Experimenté a ciencia cierta el libro de los Hechos. Todavía resuenan en mis oídos las palabras de Erasto. Me levanto cada mañana con la melodía de las preciosas canciones que escuché. Y por sobre todo, hoy trabajo para que seamos la iglesia que Dios quiere, sin protagonismo, liturgias, estructuras o cosas semejantes que impidan el libre obrar del Señor entre nosotros.

El Periscopio


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