ADICTOS AL SERMÓN 3° Parte
El filósofo griego Aristóteles (384-322 a.C.) hizo una modificación a la retórica al agregar el mensaje de tres puntos. “Un todo,” dijo Aristóteles, “necesita un principio, un centro, y un fin.” Con el tiempo, los oradores griegos implementaron el principio de los tres puntos de Aristóteles en sus discursos. Los griegos se intoxicaron de la retórica. Así pues, los sofistas pasaron bien. Cuando Roma conquistó a los griegos, los romanos fueron hechizados respecto a la retórica. Por consiguiente, la cultura Grecorromana desarrolló una codicia insaciable para escuchar a alguien dar un discurso elocuente. Era tan de moda que, después de la cena, se entretenía a las personas con un filósofo profesional que de un sermón. Los griegos y romanos antiguos vieron la retórica como uno de las mayor formas del arte. Por consiguiente, los oradores del Imperio Romano fueron honrados con la misma posición encantadora que los americanos asignan a las estrellas del cine y a los atleta